El humano vacío

Aquel humano que no tiene ganas de vivir, que parece un muerto viviente en la tierra, camina dejando tras sus pasos una huella vacía. Su mirada está apagada, y el mundo que lo rodea se reduce a una visión en blanco y negro. Sus días transcurren sin propósito, atrapado en una existencia que lo consume lentamente, mientras sus ojos, llenos de cansancio, parecen esperar el momento en que se cierren para siempre.

Ese humano, sin embargo, guarda dentro de sí un pequeño destello, una chispa que aún puede avivarse. Cuando el amor cruza su camino, algo dentro de él cambia. Sus sentidos, antes dormidos, comienzan a despertar. Aquellas huellas vacías que dejaba tras de sí ahora encuentran un rumbo. Su mundo, que hasta entonces estaba teñido de sombras, empieza a llenarse de colores vibrantes, y sus ojos vuelven a brillar, reflejando la luz que había olvidado.

El amor lo transforma. Poco a poco, el peso de su vacío se aligera, y en su lugar surge una nueva energía, una nueva forma de ver la vida. Ese rayo de luz que llegó a su existencia no solo le mostró que el amor existe, sino que también le enseñó a confiar nuevamente en otro ser humano. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió sentir, permitiendo que su corazón, antes apagado, comenzara a latir con fuerza.

Rescatado por el amor, aquel humano vacío encontró una razón para vivir. Aprendió que, aunque la oscuridad parezca infinita, siempre puede aparecer una chispa de esperanza para iluminarla. Así, dejó atrás el pasado y comenzó a caminar hacia un nuevo futuro, lleno de color, esperanza y, sobre todo, amor.

por: Nereida H’antik

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