Una noche estrellada, llena de magia y amor, un grupo de hafad se reunía en un claro del bosque, rodeado de la suave luz de la luna. Los hafad, seres de luz y alegría, discutían cómo resguardar a los unicornios, que eran guardianes de sueños y secretos, dentro del antiguo sauce llorón que se alzaba majestuosamente en el centro del claro.
—¿Cómo guardamos a los unicornios en el árbol? —preguntó el mayor, Marcos, con una expresión pensativa.
—Podremos darle una poción para que se achiquen, o podríamos tejer un hechizo de protección, ya que ellos son los protectores de los sueños del sauce llorón —sugirió Martina, la menor del grupo, con su voz chispeante de entusiasmo.
—Nosotros no tomaremos esa poción —intervino un unicornio de brillante pelaje plateado—. Si nos achican, ¿cómo podremos defender al árbol de la oscuridad?
Martina frunció el ceño, buscando una solución. —Podemos usar chispas mágicas —propuso, emocionada.
—Eso no sirve así por sí mismo. Necesitamos nuestro tamaño —respondió el unicornio, su cuerno centelleando en la oscuridad.

Marcos asintió, convencido de que la mejor opción era la magia. —Tejamos un hechizo de protección. Pásame esas telarañas que hay a tu derecha —ordenó con determinación.
El unicornio se acercó al lugar donde crecían brillantes telarañas que centelleaban como diamantes en la luz de la luna y, con un delicado movimiento, las recogió. —Aquí están, pero ¿qué haremos con ellas?
—Con estas telarañas, podemos crear un escudo mágico —explicó Marcos—. Un escudo que mantendrá a los unicornios a salvo y protegerá el sauce de cualquier sombra que quiera acercarse.
Martina se unió al trabajo con entusiasmo, y juntos comenzaron a entrelazar las telarañas, formando patrones intrincados que brillaban con una luz suave. Los unicornios, en círculo, se concentraron en su magia, sintiendo cómo el poder del amor y la amistad fluía entre ellos.
Mientras tejían el hechizo, el viento susurró entre las ramas del sauce llorón, y una cálida luz emanó del árbol, envolviendo a todos en su abrazo protector.
—Este será nuestro hogar seguro —dijo el unicornio plateado, observando con gratitud—. Juntos, somos más fuertes.
Los hafad terminaron su trabajo justo cuando la luna alcanzó su punto más alto, llenando el claro de una luz plateada. El hechizo estaba completo, y los unicornios podían sentirse seguros en su nuevo refugio.
—La oscuridad nunca podrá tocarnos —murmuró Martina, con una sonrisa de satisfacción.
Y así, bajo el manto estrellado, el sauce llorón se convirtió en un santuario, resguardando no solo a los unicornios, sino también los sueños y esperanzas de todos aquellos que creían en la magia del bosque.
