Una mujer bailaba una danza parecida al tango junto a una fogata, mientras un hombre tocaba el bandoneón y fumaba un habano con aroma a chocolate. La mujer, con una copa de vino en la mano, giraba en armonía con el viento, mientras la luna iluminaba la mitad de su rostro. A lo lejos, seres que no pertenecían a este plano observaban desde la distancia, acercándose a través de un portal. El amor brillaba en sus miradas mientras se contemplaban el uno al otro, perdidos en el hechizo de la música y la noche.

—Amor, mira —dijo ella en un susurro, con un leve temblor en su voz—. Se están acercando. No me había percatado de su presencia. ¿Quiénes serán?
El hombre, sin dejar de tocar su melodía, entrecerró los ojos y observó a las figuras etéreas que se aproximaban lentamente.
—Mira, no son humanos —respondió él, con una sonrisa serena—. Seguro vienen a bailar con nosotros. Fueron atraídos por el fuego.
Ella sonrió, sintiendo la vibración de la noche, y dijo:
—Amor, qué lindo que ellos sientan nuestra vibración de amor.
—Sí, dejemos que se terminen de acercar —dijo él, dejando que las notas de su bandoneón fluyeran como un río encantado.
Los seres etéreos, ahora más cerca, se revelaron como los elementales del aire y del fuego. Sus cuerpos danzaban al ritmo del viento y las llamas.
—Nos acercamos porque ustedes invocaron nuestra presencia —dijeron los elementales, sus voces fundiéndose con el crepitar del fuego—. A través del aire y del fuego, nos llamaron.
—Gracias por venir —respondieron ellos al unísono, con los corazones llenos—. Los amamos.
Y así, bajo la luz de la luna, el viento y el fuego, humanos y elementales danzaron juntos, conectados por el amor y la magia de la noche.
